Mi gran sueño fue siempre pisar la Antártida. Y no sólo llegar a la costa; atravesarla. Debido a restricciones geopolíticas y, sobre todo, económicas, ese viaje es un sueño lejano para mí. Así que la idea de visitar el círculo polar ártico en su invierno/primavera, podía ser algo parecido que sirviera, aunque en muy reducida escala, para acallar esas ansias de exploración.
Fue así como empezamos a valorar esta opción y, en la temprana primavera de 2025, la gitanilla valiente y un servidor pusimos rumbo a Suecia camino de Laponia. La idea, recorrer el Kungsleden, el camino real sueco, desde Abisko hasta Kebnekaise, y de allí a Nikkaluotta, desde donde pondríamos rumbo de vuelta a casa vía Kiruna. En total, siete días de travesía tirando de nuestras pulkas cargadas con todo el material y comida, 200 kilómetros por encima del círculo polar ártico.
Pero antes de adentrarnos en semejantes latitudes, pudimos disfrutar, al menos una tarde, de la bonita capital; Estocolmo.
Al día siguiente, un vuelo doméstico nos llevó a Kiruna, ciudad más septentrional del país y actualmente hogar de la mina de hierro más grande del mundo. Allí pasamos unas horas, recorriendo sus calles cubiertas de nieve, hasta que a medio día un transporte terrestre nos llevara al Parque Nacional de Abisko, desde donde comenzaríamos al día siguiente nuestra travesía.
Largas horas de cálida luz de atardecer nos acompañaron, en contraposición con el frío exterior. Los días se van extendiendo cada vez más por estas latitudes.
Día 1: Abisko – Abiskojaure
Comenzamos la travesía saliendo de la casa del Parque Nacional de Abisko y poniendo rumbo sur, el mismo que mantendremos las siguientes cinco jornadas. Nieve omnipresente y bosques de abedules nos acompañan en el camino. La escasa altura de estos árboles comparada con la de los mismos en latitudes más meridionales nos indican las duras condiciones de este frío entorno.
(Foto de David)
Durante la marcha, pasamos cerca de un poblado sami, donde hicimos un alto para hidratarnos y comer algo. En ese momento, y en cuestión de segundos, la temperatura se desplomó y los habituales copos de nieve tornaron cristales perfectos de hielo. Toda una maravilla.
Continuamos la marcha cruzando uno de tantos lagos helados camino del siguiente refugio. Y qué placer deslizar las pulkas por una superficie perfectamente lisa y horizontal, donde la tracción necesaria para arrastrarlas disminuía. Todo un regalo para terminar la jornada. Sin duda, una sensación bastante curiosa al saberte caminando sobre una enorme masa de agua.
Día 2: Abiskojaure – Alesjaure.
Reanudamos la travesía, camino de las partes más altas de la ruta. De camino, un ejemplar joven de alce dormitaba entre los bosques de abedules, levantando el paso y trotando en retirada una vez llegamos a su altura.
Toca seguir tirando de las pulkas, sin descanso, en estos días en los que aún siguen cargadas con toda la comida y material.
Pendientes en las que tirar con más fuerza, sintiendo el continuo peso en el arnés.
Poco a poco, vamos ganando altura y dejando atrás los bosques, la vegetación, adentrándonos en las vastas planicies nevadas de Laponia.
Comenzamos a cambiar de valle, alcanzando las primeras extensiones enormes y vacías, donde el horizonte mostraba picos nevados y lejanos, tal y como los había soñado en tierras australes. El círculo polar ártico se mostraba, ahora sí, en todo su esplendor.
Seguimos camino del siguiente refugio, alternando entre momentos de buena meteorología y caídas de temperatura seguidas de ventisca como nunca antes habíamos visto. Pequeños poblados samis aparecían enterrados en nieve, en estas latitudes donde el frío marca el paso del tiempo.
Enormes horizontes helados, donde sentir de lleno el silencio y el afuera, sólo rotos por el viento, que reinan en estos páramos.
Antes de la llegada al refugio, el tiempo cambió de nuevo y la ventisca y la niebla fueron nuestros compañeros de ruta en este fin de jornada.
Día 3: Alesjaure – Tjäktja
Seguimos ganando altura para acabar muy próximos al punto más alto de la ruta, un collado a 1.150 metros de altitud que cruzaremos al día siguiente camino del espectacular valle de Tjaktjvagge.
Cornisas de nieve y restos de pequeñas avalanchas aparecían por todos lados.
Sol tibio que alegra como una caricia, pero apenas calienta.
Cae la noche y el frío se adueña de todo. Es hora de dormir.
Día 4: Tjäktja – Salka.
Temprano en la mañana, grises nubarrones y viento quisieron acompañarnos en la subida al collado, sin permitirnos ver apenas nada de lo que nos rodeaba. El sonido de las raquetas mordiendo en la nieve y el de las pulkas deslizándose sobre la misma nos acompañaron en los últimos metros de ascenso.
Tras coronar el collado, iniciamos el espectacular descenso del valle glaciar de Tjaktjvagge: tal vez, la zona más impresionante del recorrido. Los enormes valles glaciares en forma de “U” aparecen, completamente nevados hasta donde se abarca la lejanía.
De camino, perdices nivales, complicadas de ver por su camuflaje, y más aún de enfocar con la cámara, aparecen al caer la tarde cantando a nuestro paso, invisibles entre el manto de nieve. La noche se aproxima; es hora de volver al refugio, entrar en calor y marchar a la cama.




Día 5: Sälka – Singi.
Jornada cómoda de descenso suave a través del inmenso valle, camino de las partes más bajas. Enormes paredes verticales de roca lo flanquean, recordando que antes un glaciar ocupaba este espacio, erosionado la roca, excavando su morfología.
De camino, puentes anegados de nieve muestran la crudeza de estas tierras fuera de su época estival.
A la llegada al siguiente refugio, como cada tarde, toca ir a por agua y hacer leña para poder cocinar, calentarnos y si hay, preparar una pequeña sauna. Y en los escasos refugios donde contábamos con una de ellas, era todo un placer eso de contar hasta tres, abrir la puerta y salir desnudos a revolcarnos en la nieve, para volver después todo lo rápido que podíamos adentro donde rociarnos con agua caliente y descansar de nuevo en la sauna.
Día 6: Singi – Kebnekaise.
La ruta completa del Kungsleden continúa hacia el sur desde Singi, pero nosotros seguiremos rumbo este hacia las laderas del Kebnekaise, pico más alto de Suecia. Día de frío y de ventisca, a través de otro espectacular valle flanqueado por cortados rocosos, camino del siguiente refugio.





A veces, dejaba que el grupo avanzara, quedándome solo para disfrutar de estos parajes remotos bajo la furia de la ventisca.
A la caída de la tarde, el tiempo nos dio un poco de tregua, a través de la espectacular salida del valle hacia el refugio y laderas del Kebnekaise.
Sin duda, un paso espectacular que inmortalizar con nuestras cámaras.
Fuera ya de las partes más angostas del valle, rebaños de renos y un solitario alce nos acompañaron.
Volvemos a la civilización, no sin cierta nostalgia de la pureza de días pasados... Agua corriente y electricidad (¡y cerveza!) nos reciben.
Día 7: Kebnekaise - Nikkaloutta.
Último día de esta travesía ártica, ya a finales de abril, con el deshielo llamando a las puertas. Tanto es así, que tuvimos que enviar las pulkas en helicóptero dada la escasez de nieve, y cargar más nuestras mochilas para aligerar su peso en el transporte aéreo. Suerte que este refugio está junto a un centro de esquí y llega un helicóptero, pues si no habríamos tenido un ligero problema. Gran parte del recorrido lo haríamos además sin raquetas.
Ríos en pleno deshielo...
Alejándonos de los grandes valles, la cumbre del Kebnekaise se perfila en el horizonte, despidiendo esta magnífica travesía. Una enorme avalancha de placa se perfila en su cara sur, a modo de cicatriz.
Toca de nuevo cruzar lagos helados, encontrando este día huellas de glotón en un par de ocasiones.
Hay que tantear algunos tramos, aunque una vez alcanzamos las zonas más amplias y consolidadas, el camino es cómodo y directo.
Salimos del lago y nos encaminamos hacia nuestro último refugio, en la pequeña localidad de Nikkaloutta. De camino, pudimos disfrutar de una espectacular cascada de hielo cónica.
Antes de que cayera la noche, aunque la luz del atardecer duraba mucho tiempo (toda una maravilla), subí a la pequeña colina donde se emplaza la iglesia de Nikkaloutta.
Sin duda, una experiencia diferente a las expediciones de montaña o rutas de bici a las que estamos acostumbrados. Mucho la disfrutamos, como buena cuenta dimos de una estupenda carne de reno para despedirnos de estas latitudes.
Espero que os haya gustado. Hasta la próxima.
Viaje realizado en abril de 2025
Miguel Navarrete
Enhorabuena amigo mio. Espectacular
ResponderEliminarGracias por ese comentario, amigo anónimo. Tal vez seas Alfonso, pero cuento con poca información. Sea como sea, me alegro que te gustara. Un abrazo.
EliminarMe ha encantado vuestra aventura! A la próxima avisad tú y Rocío! O sino, nos vemos en las próximas navidades en tierra sultana! Abrazos
ResponderEliminar¿Qué tal, Paco? Sí, me temo que con los calores que tenéis por allí ya nos veremos por Navidad, jsjs. Me alegro que te gustara. ¡Hasta pronto!
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