Reino de las montañas Altai

Reino de las montañas Altai

viernes, 15 de agosto de 2014

Monte Khuiten (4.374 m), guardián de la remota región de las montañas Altai, Mongolia



Khuiten, en mongol, significa frío. Pero más que frío, lo que buscaba esta vez era soledad. Montañas raras alejadas de montañeros que cada temporada visitan los campos base de otras montañas más conocidas. “Mongolia”, pensé. “¿Por qué no…?”

Tras intentar arreglar todo el papeleo y gestiones necesarias para ir solo, me di cuenta de que era bastante complicado teniendo tan poco tiempo como tenía esta vez. Al final, decidí unirme a una expedición ya organizada y solicitar sólo los servicios de campo base. Eso podría ser una solución, sí.


Tras la escala de Moscú, pongo rumbo a Ulán Bator, capital de Mongolia…



Arrasada por China durante su ocupación a principios del siglo XX, la capital mongola conserva muy poco patrimonio, y sólo algunos templos salpican la ciudad. Mongolia, originalmente de religión chaman, es ahora es su mayoría budista. Lo kazajos en el oeste, nómadas y cazadores, son la minoría musulmana, junto con unos pocos mongoles que aún practican el chamanismo.

Tras conocer a mis compañeros de viaje y campo base improvisados, ponemos rumbo a la puerta de entrada del parque nacional Tavan Bogd. Tenemos por delante un vuelo nacional de tres horas y siete más de camino a bordo de furgonetas todo terreno rusas, con las que cruzaremos los desiertos, ríos y valles camino de las montañas.

Manadas de camellos bactrianos salvajes


Una gasolinera, último sigo de civilización que veremos en muchos días


Kazajos, pastores nómadas y cazadores cetreros




Por la tarde llegamos a las puertas de entrada al parque, donde los vehículos ya no pueden pasar. Montando las tiendas, una tormenta brutal nos empapa y nos hace pasar mucho frío, estando aún tan solo a 2.500 m. Esa misma noche me entero que la temporada de lluvias en las montañas Altai es en agosto, el mes que va a comenzar en un par de días. Ya me lo podían haber dicho antes, la verdad, pues es muy cierto que hay poca información acerca de estas montañas en la red. Parece que he venido en el peor momento, pero habrá que confiar en tener un poco de suerte… Ojalá sea así.

Al día siguiente, cargamos los camellos que portearan los petates, material y tiendas al campo base, y con nuestras mochilas con el resto de material recorreos valles espectaculares camino de la base de los glaciares hasta llegar al campo base






Tras prepararlo todo, esa noche me voy pronto a la tienda a pesar del mal tiempo que hace. Mi intención es levantarme a las dos de la madrugada e intentar dos cuatromiles de la zona como aclimatación. Suena el reloj, me asomo fuera de la tienda y, como todos los días, el Khuiten (4.374 m) está tapado, pero el Malchin (4.050 m), primer objetivo de hoy se entrevé en las sombras de la noche. Decido salir, pero a los diez minutos comienza a nevar con fuerza. El fuerte viento lanza la nieve contra mi cara y apenas me deja ver nada, por lo que decido resguardarme tras unas rocas en la base de la montaña. Espero un poco más, pero es absurdo; no veo nada, no conozco la montaña, y el tiempo empeora por momentos siendo las 3:30 am. Mejor volver al campo base e intentar dormir.  A la mañana siguiente, sobre las siete, el tiempo mejora y todos deciden salir. Mis compañeros llevan ritmo de aclimatación, así que decido seguir el mío y disfrutar de la soledad en la montaña


Superada la primera pedrera y accediendo a la arista de mixto, las nubes vuelven y el viento, fortísimo, ameniza la escalada por la arista…



Un poco más de esfuerzo, y alcanzo mi primer objetivo de esta expedición. Estoy en la cumbre del Malchin, a 4.050 m. Las nubes apenas me dejan ver nada, pero disfruto lo que puedo la cumbre mientras el viento me machaca





Un poco más de esfuerzo, y alcanzo mi primer objetivo de esta expedición. Estoy en la cumbre del Malchin, a 4.050 m. Las nubes apenas me dejan ver nada, pero disfruto lo que puedo la cumbre mientras el viento me machaca


Al llegar al base comienza de nuevo a nevar con fuerza. Mañana tenemos previsto adentrarnos en el glaciar de Potanin y establecer nuestro campo base avanzado (ABC) a unos 3.400 m, pero el tiempo, intratable, está haciendo honores a su temporada de mozón. Tras pasar toda la noche con fortísimos vientos y continuas nevadas, a la mañana siguiente el base aparece cubierto de blanco



Algunos claros se abren de vez en cuando, pero de nuevo las nubes nos envuelven y la ventisca se levanta. Poco más hay que hacer que estar dentro de las tiendas, leyendo, escribiendo, viendo pasar los días sin que las opciones de cumbre del Khuiten aparezcan


Hemos perdido un día de la planificación, por lo que ya hemos gastado el único día de reserva por mal tiempo que tenemos. Mi intención era haber escalado hoy el Naimradal, de 4.180 m y mañana el Khuiten (4.374 m) por su arista sur, vía apenas escalada en esta montaña ya de por si apenas frecuentada. Tras ver cómo está el tiempo y ser la temporada de lluvias aquí, firmaría ahora mismo hacer el Khuiten por su vía normal, aunque cada vez tengo menos esperanzas. Según me ha comentado la guía de mis compañeros (primera mujer de Mongolia en escalar en Everest, con oxígeno suplementario), los vientos que traen estabilidad en esta región son los de noroeste, y sin embargo, desde que llegamos aquí, malditos vientos del suroeste provenientes de China traen malditas nubes y maldita humedad. Vientos del suroeste, pienso; los mismos que nos estuvieron machacando en el Karakorum dos años atrás. Mis queridos vientos del suroeste…

Al día siguiente salimos al fin de camino al ABC. Hoy me prometo ser bueno y encordarme a mis compañero para el cruce del glaciar. Mientras lo hago, lo estudio y escudriño en profundidad, comprendiendo su orografía, su posible profundidad, sus zonas de compresión y zonas potenciales de grietas. Pero el día no dará para más, pues la nieve profunda fruto de las últimas nevadas nos está machacando cargando con todo, y decidimos montar el ABC al abrigo de una arista rocosa en mitad del glaciar. La nubes vuelven a aproximarse y sabemos que en breve comenzará la tormenta de nieve


Y en efecto, al poco tiempo de montar las tiendas, la ventisca nos acompaña el resto del día…

Tenemos dos días para intentar la cumbre del Khuiten, montaña más alta de Mongolia. A las cuatro de la mañana suenan nuestros relojes, pero la nieve y el viento nos devuelven de nuevo a nuestros sacos. A las ocho de la mañana el tiempo nos da un respiro y salimos camino de la base de la montaña a ver qué tal van las cosas, aunque sin esperanzas de hacer hoy nada. La parte alta del glaciar está muy consolidad, y mucho más aún después de las tremendas nevadas de estos días. Los puentes de nieve están muy sólidos por la mañana. Al llegar a la base de los muros de hielo que defienden el Khuiten, el tiempo es detestable y mis compañeros deciden volverse al ABC. Yo les digo que me voy camino del Naimradal (4.180 m), aunque realmente no soy capaz ni de ver su cumbre, y no sé dónde está. Tengo una vaga idea, y confío en que en algún momento en que abran las nubes pueda verla y dirigirme hacia ella. Eso sí, si comienza la ventisca de nuevo, perderé la huella y tendré problemas para volver en la niebla. Finalmente se animan a seguir mi huella y con ellos detrás encaro con decisión el ataque al Naimradal. Al llegar a un muro de hielo, ellos se retrasan mucho metiendo tornillos y demás



Desde la parte alta del muro y en un respiro que me dan las nubes, veo la cumbre y me dirijo a ella a toda velocidad. Consigo alcanzarla sólo minutos antes de que las nubes vuelvan a cubrirlo todo. Apenas veo nada de Siberia ni de China


Arista que se dirige al Khuiten (4.374 m), vista desde la cumbre del Naimradal (4.180 m)


Bajando de vuelta al glaciar y buscando a mis compañeros para volver con ellos al ABC, un claro me muestra por primera vez la arista noreste del Khuiten, vía que deberé sí o sí escalar al día siguiente, si quiero tener alguna opción de cumbre


Un pequeño descanso, pues las nubes vienen de nuevo, y me toca volver sin encordar al ABC… Aún así, la parte alta del glaciar está consolidada, y presto mucha atención a cada paso


Por la tarde, las nubes dan el primer respiro desde que llegamos, y puedo fotografiar estos parajes con la luz del atardecer



Después de cenar una sopa caliente y algo de pasta, me voy a la cama con sentimientos encontrados. Mañana es mi último día aquí, y el tiempo no ha dado ninguna tregua. Si todo sigue igual, veo complicado poder cumplir mi objetivo, y más aún sin conocer la montaña, sin saber siquiera dónde está la cumbre, y escalando en solo. Esperaré a la madrugada siguiente, y decidiré.

De nuevo, a las cuatro de la mañana suena mi reloj, y no me hace falta mirar fuera de la tienda. El conocido sonido de la nieve cayendo sobre la tienda me trae los peores presagios. Vuelve a hacer viento; vuelve a nevar. Más nieve aún sobre la caída sin cesar durante cinco días ya… Pregunto a mis compañeros; ellos no salen. Un sentimiento de derrota se aloja en mí; no puede ser que haya venido tan lejos buscando esta cumbre y el tiempo no me haya dado la más mínima opción. De hecho, ni siquiera he podido ver la cumbre desde que llegué. No sé siquiera la forma que tiene… Espero hasta las seis de la mañana, pero grises nubarrones cubren el Khuiten, y los vientos del suroeste en altura perduran aún, aunque menos fuertes que otros días. La guía local de mis compañeros dice que no salen. Sobre el glaciar y las palas de hielo azul de Khuiten, una capa de 30-40 cm de nieve no transformada lo cubre todo. La visibilidad es reducida, tendría que abrir huella desde el ABC hasta la cumbre con esta nieve tan mala, estaría vendido de empezar de nuevo otra tormenta, y ni siquiera sé dónde está la cumbre (ni puedo verla). A pesar de haber realizado grandes esfuerzos para haber llegado hasta aquí, parece que el Khuiten, cobijado tras su periodo de monzón, quedará sin siquiera un intento a su cumbre.























Pues no.

Me meto en la tienda y preparo la mochila. Ni siquiera he desayunado, y tengo tan sólo un termo de 75 ml de líquido, pero estoy dispuesto a hacer al menos un intento, maldita sea. Mis compañeros me miran recelosos, y su guía, que a estas alturas ya ni siquiera me habla, niega con su cabeza. “Volveré esta tarde”, les digo, y a las siete de la mañana salgo decidido hacia la cumbre. Y nada más empezar, me doy cuenta de lo duro que va a ser…


A cada paso, me hundo muy por encima de las botas. Al mismo tiempo, las nubes no hacen más que evolucionar, pero sigo decido, apretando mis dientes, mirando al Khuiten tapado entre grises, desafiándolo en mi última oportunidad.

A partir de aquí, quiero dejar claro que no recomiendo a nadie la escalada en solitario, y mucho menos el cruce de glaciares. En los dos días anteriores estudié y reconocí lo que pude la zona. A cada paso por el glaciar sondeaba previamente con el bastón, escuchando los crujidos del hielo, entendido la orografía oculta bajo la nieve y aprovechando el frío de la mañana para cruzar los puentes de nieve. El ascenso y descenso del Khuiten con visibilidad reducida y mal tiempo es una actividad que asumí bajo mi propia responsabilidad, y tal y como me dijo la guía local de mis compañeros, en esta zona no hay helicóptero o rescate que valga. No puse en peligro a nadie, y asumí mi compromiso y responsabilidad como otras veces he hecho. Agradecería por tanto evitar la crítica destructiva que no conduce a ningún lugar, así como repetir los consejos de montaña que ya todos sabemos. Gracias.

Tras completar la travesía glaciar, alcanzo los muros de hielo del Khuiten, por los que alcanzaré su arista noreste. Comienza la escalada…


Superado el muro, llego hasta un espolón rocoso tras el cual veo por primera vez la cumbre de la montaña… Mi alegría por verla se torna agridulce a ver la tormenta de nieve que se dirige hacia mí


Son momentos de reflexión; si comienza a nevar y pierdo la huella, tendré problemas si las nubes lo tapan todo como cada día. Decido por tanto seguir escalando lo más rápido que puedo hasta que la nieve o la ventisca se levanten de nuevo. Para evitar los seracs, decido escalar pegado a la arista hasta alcanzar la parte alta de la montaña. Vientos en altura y nubes oscuras me acompañan en esta escalada tan solitaria, en una región totalmente remota. Y allí abajo, el Malchin, escalado dos días antes




La pendiente en esta zona es muy elevada. Bajo 20-30 cm de nieve no transformada, los crampones resbalaba sobre placas de hielo azul. Va a ser sin duda un problema descender después por aquí solo. Tendré que hacerlo casi todo el rato de cara a la pendiente… El tiempo está aguantando más de lo que esperaba. Comienzo a pensar que tal vez sí, que tal vez pueda llegar a la cumbre del Khuiten. Tras remontar las últimas palas empinadísimas, trazo una diagonal hacia la arista cimera


Las nubes ya han entrado, aunque me dejan ver la cumbre en la misma arista cimera un centenar de metros delante de mí. Con cuidado, pues sé que hay cornisas por todos lados, recorro con euforia los último metros hasta alcanzar el punto más alto de la montaña… Estoy en la cumbre del Khuiten, a 4.374 m, escalado en solitario y en su monzón… Bajo mis pies, coindicen las fronteras de Mongolia, China y Siberia



Veo una pequeña cumbre inferior en la arista y decido acercarme a ver si desde allí puedo observar algo. De camino, la aterradora arista cimera del Khuiten, llena de grietas y cornisas, lo es aún más envuelta en tinieblas…


No veo nada al llegar a esta cumbre inferior, por lo que decido comenzar el descenso, contento por la cumbre finalmente conseguida


Tras haber descendido las partes más duras, y estando ya a unos 4.100 m, veo que el cielo muestra algunos claros, y la cumbre se despeja. “No puede ser”, me digo. “Qué mala suerte…”



Estoy cansado, pero creo que ni lo pensé más de un minuto. Con determinación volví a encarar las brutales pendientes de hielo cubiertas de nieve no transformada, y en un ascenso meteórico volví a alcanzar la arista cimera con la esperanza de poder ver algo esta vez. Y aunque las nubes ya volvían a cubrirlo todo, conseguí al fin contemplar el reino de las Altai desde su cumbre más alta…



Me dirigí de nuevo a la cumbre del Khuiten y entonces, en aquel momento de claridad, vislumbré al final de la arista una cumbre secundaria que no sabía si sería más alta que la que yo había escalado antes


No podía arriesgarme a irme sin escalar esa otra cumbre, pues no sabía cuál era en realidad la cumbre del Khuiten. Decidido, me encaro de nuevo a la arista camino de esta nueva cima




Tras el último esfuerzo, alcanzo esta otra cumbre que más tarde sabría, es una cumbre secundaria…




Al poco tiempo, las nubes lo volvieron a cubrir todo y empezó a nevar. Decidí volver a toda prisa por la huella e intentar descender hasta el espolón rocoso que me indicaría el acceso al muro de hielo que desciende hasta el glaciar


La tormenta me pasa por encima con menos nieve de la que esperaba. El Khuiten se muestra benévolo ante mí. Tal vez fuimos, ambos, dignos adversarios, cuando alzando tu espada ante el enemigo moribundo, tú última mirada hacia él es de profundo respeto. Al menos, para mí, el Khuiten fue una montaña que desear y respetar a partes iguales. Desciendo el muro de hielo donde se abren varias grietas que me hacen extremar las precauciones y poner a prueba mis nervios y experiencia, aunque al poco tiempo alcanzo el glaciar. El sol apenas ha brillado sobre este, y la nieve sigue cayendo. Confío en que los puentes de nieve seguirán sólidos. Una hora más tarde vislumbro a lo lejos el emplazamiento del ABC… Estoy a las puertas de haber escalado el Khuiten


Finalmente alcanzo las tiendas donde sé, terminan las incertidumbres y los miedos. La tormenta continúa valle abajo…


Por la tarde, las nubes remiten y de nuevo, la luz de un cálido atardecer nos envuelve. Parece que el buen tiempo llega ahora que me voy…



A la mañana siguiente me encordo con mis compañeros camino del campo base para cruzar la parte baja del glaciar. Es el primer día que amanece totalmente despejado y podemos observar la cumbre del Khuiten. Parece que sí, que he tenido mala suerte con el tiempo. No pude ver nada de Siberia ni China desde allí arriba. Y precisamente hoy que ya me tengo que marchar, el sol aparece para hacernos un cálido guiño… Bueno, no se puede conseguir todo. Aún así, mientras bajamos por el glaciar, observo el Malchin, escalado en primer lugar. Observo su arista norte, una vía apenas frecuentada y pienso que tal vez tenga opciones de ver algo de Siberia esta vez. Hablo con mis compañeros, recojo mi parte de cuerda, la fijo al último compañero y les vuelvo a decir eso de “nos vemos esta tarde en el base…”. Esta vez tendré que cruzar el glaciar en sentido transversal, el mismo que la dirección longitudinal de las grietas. Es temprano, y las nevadas de los últimos días han dejado este río helado como una roca, pero aún así es una sensación extraña. Parece como si caminaras por un laberinto, como esos de crecida vegetación junto a caserones abandonados que de pequeño te gustaba recorrer, teniendo la sensación de que en cualquier momento el suelo que pisas se puede venir abajo como un castillo de naipes. Vuelvo a sondear a cada paso la nieve con el bastón, a escuchar los gemidos del hielo, a estudiar cada pliegue del glaciar buscando zonas de compresión. Paso a paso, alcanzo la cresta rocosa que une el Malchin con el Naimradal, frontera entre Mongolia y Siberia


Al fin, en último plano puedo ver el resto del sector de las Altai erigiéndose sobre las estepas siberianas…


Y por delante de mí, una arista norte de hielo puro cubierta de 5-10 cm de nieve blanda. Es difícil expresar la sensación que se tiene escalando en estos lugares, espacios enormemente vírgenes en los que sentir, aunque sea de lejos, el sentimiento puro de la exploración, en uno de los lugares más remotos de la Tierra



Y de nuevo, vuelvo a alcanzar la cumbre del Malchin (4.050 m), desde donde divisar al fin el reino de las Altai mongolas, desde uno de sus cuatromiles






Tras disfrutar unos minutos en cumbre con un día espléndido, leve lapso entre tormentas monzónicas, reanudo el descenso camino del base donde me espera, seguro, una suculenta comida.

A través de aristas vírgenes…



Y senderos que bordean las morrenas


A la mañana siguiente recogemos todo al tiempo que los camellos vuelve a llegar para transportar nuestros petates, tiendas y material hasta otra de las entradas del parque nacional por la que saldremos esta vez. De nuevo, el día amanece radiante, sin nubes ni viento. El Khuiten se muestra en todo su esplendor



Una vez preparados, comenzamos el descenso a través del valle fluvial del río que nace de las morrenas frontales de los glaciares de Potanin y Alexander




Al dejar las morrenas y adentrarnos en el valle, extensas zonas de borreguil encharcado empapan mis zapatillas que, aunque un día fueron de gore tex, demasiadas expediciones les han tatuado heridas por las que colarse el agua. Al poco tiempo las llevo empapadas, junto con los calcetines, y temo que las tormentas de la tarde me congelen los pies. Decido descalzarme y bajar todo el tiempo que pueda sin mayor protección que mi piel, sintiendo de nuevo la tierra que piso, volviendo a activar esos receptores olvidados del suelo que pisamos


Proseguimos el descenso, y yo prosigo disfrutando de este caminar libre y antiguamente nuevo, atravesando parajes espectaculares


Ya por la tarde llegamos a la entrada del parque nacional donde montaremos nuestro último campo antes de volver a las camionetas. Me sorprende hoy, al fin, la luz del atardecer en todo su esplendor. Y la temperatura afuera, más cálida que en días anteriores en el glaciar, me permite momentos tranquilos con los que poder contemplarla. Como una suave caricia, levanto mi cara hacia el cielo y respiro el aire tibio que sopla tras dejar atrás las cumbres





La mañana siguiente amanece clara mientras cargamos las camionetas y nos despedimos de estos magníficos parajes


Ponemos rumbo de nuevo a Ulgii, donde cogeremos nuestro vuelo de vuelta a Ulán Bator. Poco a poco, las montañas van dejando paso a los desiertos fríos…






Noche tranquila en Ulgii, degustando la gastronomía local. El espíritu de Gengis Khan está por todos lados, incluidas muchas etiquetas de cerveza nacional… A la mañana siguiente, volamos de nuevo rumbo a la capital. Momentos antes, el amanecer me regala de nuevo tonos cálidos con los que despedir esta fría región





De vuelta en Ulán Bator, aprovecho mi día para recorrerla y exprimirla, viviendo cada barrio, conociendo a sus gentes, escrutando cada rincón. Poco quedó tras la ocupación china, pero si sabes buscar, algo puedes encontrar…








La siguiente madrugada me desperté muy temprano camino del aeropuerto; toca volver a casa. Aún así, tras montarnos en el avión y esperar dentro casi una hora, nos obligan a bajar… Una gran tormenta abanderada por nubes mastodónticas o mammatus (fenómeno meteorológico no muy fácil de ver) retrasan la salida más de siete horas…


Esto me hará perder mi conexión en Moscú y llegar allí sin saber si podrán meterme en otro vuelo ese mismo día o tendré que pasar la noche en área internacional. También por eso, al llegar a Madrid, me habrán perdido el equipaje. Vuelvo a casa...

Y ahora que miro esta experiencia de lejos, desde la cercanía de países más conocidos, comprendo la grandeza de este mundo lleno de lugares aún por (personalmente) explorar, por descubrir. Cuántas vidas son necesarias para saciar el ímpetu explorador del que sabe que sólo tiene una.





Espero que os haya gustado.
Expedición realizada en julio-agosto de 2014.


Miguel Navarrete
15 de agosto, año 2014