Reino de las montañas Altai

Reino de las montañas Altai

sábado, 25 de enero de 2025

Kirguistán. Mucho más que el pico Lenin.

Más años de los que hubiese esperado después de aquella magnífica expedición al Nun (7.135 m), región de Cachemira, sentí de nuevo la necesidad de volver a las altas cumbres. Pensé de nuevo en los sietemiles, pues los grandes catorce quedan ya fuera de mi propósito, sobre todo por tiempo. 

Con esta premisa en mente, y sabiendo que la gitanilla valiente vendría conmigo hasta la base de la montaña, como ya lo hiciera en anteriores ocasiones, intenté buscar una montaña que tuviera un campo base un poco más cómodo y con algo más que hacer que el del Nun. Muchas miradas se posaron en el Pamir y el Tian Shan, viejas cordilleras conocidas de otras expediciones. Y fue de este modo que, sin ser la montaña que más me hubiera gustado intentar, me planteé escalar el pico Lenin (7.134 m), el cual observara desde la cumbre del Korzhenevskaya (7.105 m) catorce años atrás y que atesora un campo base más que agradable. ¿Por qué no? Además, Kirguistán fue siempre un país que quise visitar. 

Sin pensarlo mucho más, y tan sólo a tres meses de la expedición, empecé a entrenar en serio, con prisas, ganándome una lesión a dos semanas antes de volar. Cumplí a rajatabla el manual de cómo hacerlo mal preparando una expedición a una gran montaña. Pero con ilusión, al menos, y confiando en que en la montaña mi cuerpo respondiera adecuadamente.   

Con esos ánimos, aterrizamos a finales de julio de 2024 en la curiosa Bishkek, capital de la República Kirguisa. Tal y como recordaba de mi última y primera incursión en Asia Central, esta capital es una bonita mezcla de culturas, arquitecturas y sabores. Sin duda, para ser de los países más pobres de esta región, Bishkek nos sorprendió muy gratamente por la enorme vida cultural y gastronómica al alcance del visitante.

Nota: este reportaje es un compendio de fotos de cámara y móvil, pues la tarjeta de memoria de mi cámara decidió morir justo en el momento en el que alcanzaba el C3, a 6.100 m. Tras un proceso posterior de recuperación de archivos, apenas pude salvar algunas imágenes de aquella ascensión. Una pena, sin duda. 









1. Expedición frustrada al pico Lenin (7.134 m)

Tras un par de días disfrutando de la capital, nos embarcamos en un vuelo doméstico a Osh, desde donde un transfer nos llevaría directamente al campo base del Lenin, a 3.600 m. A pesar de las espectaculares vistas que deberíamos tener, un cielo nublado, el mismo que estuvo durante casi todo el mes anterior imposibilitando todas las opciones de cumbre, nos acompañó durante el camino. Ya en el campo base, dimos un pequeño pateo por los alrededores para mejorar nuestra aclimatación, yendo pronto a cenar a la bonita yurta comedor.





Sabía por amigos cercanos, quienes seguían la expedición de Carlos Soria, que la montaña había estado intratable desde el inicio de la temporada. Este hecho, junto con mi lesión, no auguraban nada bueno, pero siempre hay que confiar. Y de confianza, y constancia y entrenamiento, ya había afrontado otros retos similares. No sería hasta la mañana siguiente cuando el cielo apareció despejado y al fin pudimos contemplar la enorme muralla de hielo del Lenin.


Con suerte, la meteorología comenzaría a cambiar, y lo necesitaba, pues mi plan de aclimatación era bastante ajustado; mi intención era estar de vuelta con la cumbre en la mochila en diez días desde mi llegada al campo base. Por eso, y sin perder tiempo, comenzamos el proceso de aclimatación por los alrededores del base, con la idea de subir a unos 4.800 m en un pico cercano. Sin embargo, el ir sin crampones ni más material me hizo desistir a unos 4.300 m donde la presencia de hielo me imposibilitaba continuar.










Al día siguiente, sin más descanso, pusimos rumbo al C1 (4.400 m), lo que podría considerarse como el verdadero campo base de la montaña. De hecho, hay varios C1 (como varios campos base hay), y un sentimiento extraño empezó a acomodarse en mí, al ver tanta infraestructura de campos y tanta gente. Por otro lado, el camino del CB al C1, que erróneamente habíamos considerado como sencillo y corto, resultó ser todo un pateo duro y muy largo con pasos expuestos y mucha morrena glaciar. Las idas y venidas entre el CB y C1 que habíamos pensado para la gitanilla, en su espera mientras yo escalaba en la montaña, no eran ahora tan claras. Volvíamos a las grandes montañas, pues. Y acompañados por la fauna local, comenzamos la aproximación al C1. 












De camino, pudimos ver el pico Yukhin (5.130 m), objetivo para el día siguiente en nuestro proceso de aclimatación. 


Tras unas duras horas después, porteando mochilas muy pesadas, llegamos finalmente al C1. Sin duda, un lugar espectacular bajo la cara norte del Lenin. Desde allí pude contemplar la ruta de ascenso, a través de la cascada de hielo, cruzando los restos de una de tantas avalanchas, y virando hacia el oeste camino del C2, para remontar la arista hasta el C3 y alcanzar allí la cuerda cimera hasta a la cumbre.






Al día siguiente, tocaba seguir aclimatando, aunque bien habríamos agradecido una parada en el C1. Aun así, no tenía más tiempo, pues habíamos reservado unos pocos días para conocer otra parte del país a la vuelta del Lenin. Así pues, sin más dilación, comenzamos el ascenso hacia el pico Yukhin, de 5.130 m. Y esta punta de aclimatación es básica, pues al día siguiente saldría camino del C2, que se asienta a 5.300 m. Dormiría por primera vez a esa cota sin haberla previamente superado. Todo apuntaba a una noche divertida.








Respecto al Yukhin, es un pico sin complicación técnica, aunque con un terreno muy incómodo; enorme pendiente y piedra suelta. Varios momentos me hicieron sufrir, pero poco a poco, todo se hace. Su cumbre es cómoda y agradable, dando vistas al Lenin y demás montañones de la zona, así como al extenso valle fluvial que se abre paso al norte de la cordillera, alimentado por los deshielos de estos gigantes. En el descenso tuve que buscar una zona más arenosa por la que bajar deslizándome por las pedreras.





De vuelta en el C1, tocaba preparar el material, gas y comida, pues muy temprano, a eso de las 2 am, saldría al día siguiente con mi compañero nepalí camino del C2. Como siempre, contraté los servicios básicos de campo base y pedí a la agencia no un guía, si no un compañero de escalada. Eso sí, tenía que estar fuerte pues mi intención era escalar rápido, y más fuerte que el vinagre estaba... Nepalí, guía de expediciones y que además venía de hacer la temporada de primavera en el Himalaya. Antes de salir me comentó que deberíamos ir rápido camino de la cascada de hielo, pues si no, y en propias palabra de mi compañero, traffic jam. Y muy rápido fuimos, adelantando a todo el mundo, sintiendo yo que no me llegaban las fuerzas con la escasa aclimatación que aún tenía. Pero tras salvar dos muros de hielo y algunos pasos de escaleras, bajo la amenaza de las nubes y la ventisca, cruzamos la zona de avalancha camino del C2, al que llegaríamos muy temprano. Fue entonces, desde arriba, cuando entendí la prisa de mi compañero; colas de gente esperando en cada paso complicado de la ruta surgían por debajo de la cascada de hielo. 





El C2 del Lenin se encuentra ubicado en una ladera de bastante pendiente, haciendo su estancia allí un tanto incómoda. Antiguamente, este campo se situaba sobre el plató glaciar por el que llegamos hasta él, pero un terremoto en 1990 provocó una enorme avalancha que sepultó este campo, matando a 43 alpinistas. Desde entonces, se decidió colocar este campo en un terreno más protegido. Por otro lado, la zona es bastante bonita, contemplando delante de ti toda la muralla de hielo de la cara norte del Lenin.






Mientras tanto, la gitanilla valiente esperaba en el C1, nevado tras la tormenta de la noche y el gélido abrazo de la madrugada.



El Lenin es todo un montañón, pero sin duda, lo que encontré allí no se parecía en nada a lo que yo entiendo como montaña. Sabiendo que este pico está considerado como unos de los sietemiles más sencillos de escalar, esperaba encontrar allí muchos “alpinistas”. Sin embargo, hordas de personas, muchas de ellas sin siquiera haberse puesto unos crampones en su vida, enturbiaban aquella belleza. Asimismo, guías de agencias comerciales hacían subir a esta gente sin experiencia desde el C1 al C3, sin punta de aclimatación intermedia, y muchos de ellos caían como moscas fruto del edema cerebral. Aquel tremendo circo, en cinco días, se cobró cinco víctimas; una por día. Increíble, absurdo, y peligroso, pero así fue. Muy triste el momento al llegar al C2 y encontrarme a un supuesto alpinista, tirado en la nieve y babeando, afectado por el principio de edema cerebral, mientras sus guías le gritaban que si quería el equipo de rescate. Él, intentando pronunciar algo inteligible, hablaba de su seguro en montaña, pero los guías le decían que nada de seguro; que o pagaba, o se quedaba allí. Desesperado, dijo que no sabía cuánto dinero tenía. Sus guías fueron férreos; “200 USD por rescatador. ¿Cuánto dinero tienes?”, le increpaban. Con movimientos torpes, fruto del edema, sacó su cartera, en la cual no había más de 500 USD. “Tienes derecho a dos personas. ¡¿Lo quieres o no?!”. Cuando me acerqué a ver si podía ayudar en algo, me dijeron que estaba todo controlado. Al día siguiente, otro cuerpo dentro de un saco era bajado de la montaña. Nunca sabré si correspondía a aquel desdichado o a cualquier otro. Y empecé a pensar si realmente merecía la pena aquel proyecto.

Al día siguiente, sin más premisa, comenzamos a escalar de madrugada las duras pendientes camino del C3. El frío, agudizado por el viento, era atroz, congelando la braga que me cubría la cara, convirtiéndola en cartón y aristas de hielo. Y mi falta de aclimatación se hacía notar, a pesar de escalar mucho más rápido que el resto de gente. Pero poco a poco, al amanecer, alcanzamos el C3 a 6.100 m, con mucho frío y un día estupendo a pesar del viento. Fue entonces cuando, además, la tarjeta de memoria de mi cámara decidió que ya había viajado demasiado y dejó de funcionar. Sin conseguirlo, empleé casi todo mi tiempo intentando que volviera a la vida sin apenas disfrutar de aquellos momentos a tanta altura, pues tenía otra tarjeta conmigo pero se había quedado en el C1. Para cuando me di cuenta, era tiempo de comenzar el descenso, pues quería bajar directamente del C3 al C1 a encontrarme con mi gitanilla. Con rabia e impotencia, tiré de la cámara de mi móvil de juguete para inmortalizar aquellos momentos, tanto arriba como durante el descenso. Y aunque me encontraba muy fuerte a pesar del poco tiempo que llevaba allí, miré a la cumbre, a tan sólo mil metros sobre mí, y pensé que tal vez no merecía la pena.










Al llegar de nuevo al C1, hablé con mi compañera de expedición y de vida, exponiéndole que tal vez sería mejor marcharnos de allí y poder recorrer así el país. De otro modo, tendríamos que emplear otra semana como poco en la montaña. Y a pesar de saber que ella iba a estar allí sola todo ese tiempo, sin mucho que hacer en el C1, intentó convencerme para que siguiera adelante con la cumbre. Gracias guapa. A pesar de ello, aquella noche le propuse marchar cuanto antes de allí e intentar recorrer todo lo que pudiéramos de ese bonito país. 

Tras arreglar todo con la agencia, al día siguiente pusimos rumbo al CB donde, esa misma tarde, un transfer nos llevaría a Osh para, a la mañana siguiente, volver de vuelta a Bishkek.






Ya cerca de la carretera, la cordillera del Pamir a su paso por Kirguistán nos despidió con un atardecer inolvidable.


2. Karakol y las montañas del Tien Shan.

De vuelta en la capital, en un sólo día, tocó hacer planes para el resto de tiempo que teníamos por el país, pues no habíamos planeado nada y había que improvisar. Y las primeras miradas se posaron en las montañas del Tien Shan, partiendo de su capital regional; Karakol. Sin tener nada gestionado, pillamos un transporte terrestre que nos llevara, a lo largo de muchas horas de carretera, hasta la citada ciudad. Y una grata sorpresa nos llevamos al recorrer sus calles camino del alojamiento que habíamos reservado durante el camino. Allí pudimos admirar la mezquita Dungan, levantada por las minorías de chinos musulmanes (dunganos) que inmigraron a esta región en el siglo XIX. Una bonita mezcla de pagoda y mezquita, repleta de colores. Más tarde, con las últimas luces del día, visitaríamos la catedral de la Sagrada Trinidad de Karakol, levantada en madera y aún en pie. 





Nuestra idea era salir al día siguiente camino del lago Ala Kul, pero no pudimos hacer las gestiones pertinentes para estar de trekking tres días sin un mínimo de cobertura básica. Tocó quedarnos otro día más por Karakol, gestionando todo y haciendo las últimas compras. Además, el tiempo aquella mañana fue bastante malo, así que poco habríamos disfrutado por la montaña.







Tras otra noche en la ciudad improvisando un nuevo alojamiento, salimos a la mañana siguiente rumbo al campo de yurtas Ayu-Tor Ryce, donde pasaríamos la noche en una tienda de campaña. De camino, extensos bosques de piceas nos acompañaron valle arriba en nuestro camino junto al cauce del río donde pastan tranquilos multitud de caballos. No en vano, los caballos son una de las piedras angulares del estilo de vida nómada en Kirguistán.












Al día siguiente, tocaba una entretenida jornada remontando más de mil metros de desnivel hasta llegar al lago Ala Kul, dejando abajo los bosques y sus curiosos habitantes. Encarando las últimas pendientes por terreno pedregoso y descompuesto, llegamos finalmente a la cuenca del lago donde las vistas de sus aguas turquesas son realmente espectaculares.











Además, dos días antes, en Karakol, habíamos conseguido que una persona en un “centro de información” contactara con otra persona, y esta le diera el nombre de una curiosa tienda de montaña de la ciudad donde preguntar si podíamos dormir en la zona del lago. Tras una reunión con un kirguizo muy auténtico y de pocas palabras en su casa-tienda, conseguimos un papel arrugado con algo escrito en su lengua y lo que parecía ser el nombre del campo al que teníamos que ir. Y así, tras preguntar a unas de las pocas personas que nos encontramos acampando en la zona del lago, seguimos recorriendo sus orillas hasta llegar a una bonita pradera levantada unas decenas de metros sobre las aguas, con algunas tiendas y un chico muy majo que reconoció lo que nuestro papel arrugado decía. Tras una comida ligera y un pequeño pateo por los alrededores del campo, nos dispusimos a esperar la cena después de contemplar un estupendo atardecer sobre el lago, con cielos limpios y despejados tras una mañana de tiempo revuelto. Un bonito lugar para pasar la noche, sin duda. Noche además entretenida cuando, de madrugada, una brutal tormenta calló sobre nosotros, meciendo la tienda en todas direcciones e iluminando todo el espacio a nuestro alrededor con cada rayo que caía. Y por lo poco que el trueno tardaba en llegar tras el fulgor, caían muy cerca de nosotros.



Por suerte, a la mañana siguiente el cielo amaneció totalmente despejado, brindándonos unas condiciones inigualables para la ruta que nos esperaba. Sin duda, las mejores vistas sobre la zona del Ala Kul estaban por llegar. La idea era cambiar de valle para volver a Karakol, y para ello tendríamos que remontar y cruzar el paso de Ala Kul, a unos 3.900 metros. Fue espectacular ver desde allí todos los colosos del Thien Shan en la región, encabezados por el espectacular pico Karakol, de 5.216 metros.












Tras disfrutar de aquel paisaje sobrecogedor, comenzamos el descenso hacia nuestro siguiente campo, Altyn-Arashan, donde esta vez sí, pasaríamos la noche en una yurta. Cansados tras todo el día de pateo y un descenso vertiginoso y largo, pusimos el broche a la jornada con un relajante baño, cerveza incluida, en unas termas naturales.






A la mañana siguiente, reanudamos el descenso hacia Karakol, donde llegaríamos tras coger un pequeño autobús en una parada que encontramos al llegar a la primera carretera (camino asfaltado) valle abajo. Tocaba despedirse de aquellos magníficos bosques de piceas que nos habían acompañado en las zonas bajas de este alucinante trekking.



De vuelta en la ciudad había que volver a improvisar, pensar en qué podríamos emplear nuestro tiempo restante en el país. Y de camino entre Karakol y Bishkek se encuentra el segundo lago de montaña más grande del mundo, por debajo del lago Titicaca: el lago Issyk Kul. Sin pensarlo mucho y tras mirar un poco las opciones, decidimos pasar un día de “playa” en la localidad de Cholpon-Ata. Bonita jornada de relax, aunque en esta ocasión, el tiempo quiso empeorar y nos llovió la mayor parte del día. Aun así, pudimos darnos un buen baño antes de que la tormenta nos alcanzara. 





A la mañana siguiente, y tras la odisea para encontrar un transporte que nos llevara a Bishkek, el plan era claro; ir a por unas cervezas y empezar a buscar información acerca de cómo llegar y qué hacer por uno de los parques nacionales del país, que además queda bastante cerca de la capital; Ala Archa.


3. Ala Archa.

Con el poco tiempo que habíamos tenido para planificar esto y los pocos días que nos quedaban por delante, al día siguiente pillamos un transporte hasta la entrada del parque y comenzamos el ascenso hasta el refugio Ratsek, situado a unos 3.400 metros de altitud. Queríamos dormir en una de las pocas tiendas que el refugio tiene fuera, y no habíamos podido gestionar nada, por lo que íbamos como motos intentando llegar cuanto antes para ver las opciones que tendríamos al llegar. En total, ascendimos unos 1.350 metros de desnivel a través de bosques, senderos tortuosos y finalmente la morrena frontal del valle glaciar. Al llegar arriba, las nubes ocupaban todo el espacio impidiéndonos ver cuanto nos rodeaba.








Pero la tarde trajo consigo un poco de viento que apartó temporalmente las nubes, permitiéndonos ver dónde nos encontrábamos…





Cuando el sol se puso, un frío brutal recorrió aquel angosto valle invitándonos a meternos en nuestros sacos en espera de la noche. Aun así, y debido a la enorme luna que nos acompañaba en esos días, salí de la tienda e intenté captar su magia y su rugosa superficie.


La idea para el día siguiente era escalar rápido alguno de los cuatromiles que nos rodeaban, puesto que por la tarde deberíamos estar de vuelta en la capital; al día siguientes volábamos de vuelta a casa. Sabiendo que veníamos sin más material que los mini crampones y ningún piolet, decidimos intentar el pico Uchitel, de 4.530 metros. No esperábamos tener nieve más que en la arista cimera, por lo que se presentaba como uno de los más asequibles de la zona dadas las circunstancias. Aun así, la gitanilla valiente venía arrastrando un ligero dolor en la pierna desde esa misma mañana (y qué más tarde se convertiría en lesión dura de curar), por lo que aquella noche decidió no escalar la montaña y quedarse en el campo Ratsek recogiendo todo el material en espera de mi regreso. Todo, siempre, es un trabajo en equipo. Y las cumbres son del completo de la expedición. 

En este nuevo escenario, me encontraba solo para escalar el Uchitel y bajar cuanto antes para meter todo el equipo en las mochilas y seguir el descenso hasta la entrada del parque nacional. En total, acumularía más de 1.100 metros de ascenso positivo, junto con unos entretenidos 2.500 metros de desnivel negativo. Y mi idea era hacerlo en una mañana.

Antes de que el sol saliera, me levanté y me vestí, dispuesto a afrontar las primeras pendientes bajo el gélido abrazo del amanecer. Y escalé rápido, todo lo rápido que pude, a través de aquellas pendientes de roca suelta y grandes bloques, que muchas veces me obligaban a usar las manos. Un terreno un tanto incómodo, la verdad, con algún que otro paso delicado en roca. Pero poco a poco, alcancé la arista cimera, encontrándola en completa soledad y llena de nieve, tal y como la había esperado.




Desde allí, y con un poco más de cuidado al ir con zapatillas de trail, recorrí los últimos metros sin uso de los mini crampones hasta alcanzar los 4.530 metros del Uchitel. Y tal y como también había esperado, disfruté mucho más aquella pequeña ascensión a tan baja cota que mi escalada al C3 del Lenin; la soledad es algo que siempre he deseado en las montañas. 









Tras un buen rato disfrutando en la cumbre con un tiempo excelente, comencé el vertiginoso descenso a toda prisa. No sabía cuánto tiempo me llevaría descender por tan incómodo terreno hasta el campo Ratsek, junto con el descenso con mochilones hasta la entrada al parque, pero una ligera idea comenzó a fraguarse en mi cabeza; estar a la hora de comer en Bishkek. Tal vez fuera demasiado pretencioso, pero comencé a trotar descenso abajo por las pedreras más consolidadas hasta llegar a nuestra tienda donde la gitanilla ya había recogido todo el equipo. Tras descansar lo justo y hacer las mochilas, iniciamos el descenso sin más premura hacia la entrada del parque nacional. Los metros de desnivel negativos se iban acumulando en cuádriceps y rodillas, pero tras algún que otro resbalón y alguna parada para jugar con cualquier ardilla, comenzamos a avistar con alegría los tejados de las pocas construcciones que hay en la entrada del parque. Al llegar, había algunos taxis dispuestos a llevarnos a Bishkek a un precio más que razonable, por lo que, sin dudarlo, cogimos uno de ellos y tal y como había soñado, a la hora de comer estábamos de nuevo en la capital. Curioso sentimiento al saberte esa misma mañana a más de 4.500 metros en la cumbre de una de esas montañas, y estar a medio día disfrutando de una buena comida en plena ciudad. Y con notable pérdida de peso tras los esfuerzos de los últimos días, me dispuse a disfrutar de una merecida recompensa, en la mejor compañía. 


Que lujo, por otro lado, el poder disfrutar de todas estas experiencias acompañado, a diferencia de como las había conocido tantos años atrás. Experiencias distintas a aquellos años de descubrimiento y exploración, sin duda, pero más cercanas y reconfortantes.


Kirguistán es sin duda un país alucinante, el cual nos brindó paisajes y momentos espectaculares. Además, es toda una sorpresa la cantidad de vida cultural y social que esconde su capital, siendo este uno de los países más pobres de la zona. Sin duda, un destino que visitar.

Espero que os haya gustado.


Viaje realizado en verano de 2024.
Miguel Navarrete